Filantrocapitalismo
Warren Buffet, el segundo hombre más rico del mundo, anunció hace algunos días su adhesión a la corriente filantrocapitalista, la filial no musical de los bardos del poder, mediante la donación de unos 25.000 millones de euros de su fortuna a la Fundación Gates. El periódico de PJ publica hoy la traducción de un artículo de Simon Jenkins, columnista de The Guardian, que reproduzco aquí.
Cuando el segundo hombre más rico del mundo dona la mayor parte de su fortuna al hombre más rico del mundo, los demás haremos bien si escondemos las carteras. Warren Buffett ha entregado 31.000 millones de dólares (cerca de 25.000 millones de euros al cambio actual) a Bill Gates para que los sume a los 29.000 millones de dólares (unos 22,6 miles de millones de euros) de su fundación. Gates ha respondido con una cita de Adam Smith sobre la virtud de la filantropía. Sin embargo, ha olvidado otra cita de ese otro gran hombre, que dice que los comerciantes «casi nunca coinciden para verse, ni siquiera para fiestas ni diversiones, pero sus conversaciones terminan en una conspiración en contra del público». ¿Qué es lo que está ocurriendo?
El siglo XIX fue la era del capitalismo; el XX, la del socialismo. El siglo XXI va a ser la de las obras de caridad, o al menos eso es lo que nos inducen a creer. No obstante, como dijo Margaret Thatcher en su sermón sobre el Buen Samaritano: «Recordad, lo primero que tuvo que hacer fue ganar dinero». La avaricia ha vuelto, pero se trata de avaricia adornada de nobleza.
A decir verdad, resulta terriblemente difícil deshacerse de una gran fortuna. Los hombres han comprado tierras, construido mansiones, dilapidado hasta el último céntimo en casinos, caballos y mujeres. Han legado dinero a sus hijos para que hicieran lo mismo. Títulos de nobleza, yates, equipos de fútbol, teatros de ópera, ranchos en América Latina… normalmente, todas estas propiedades se han ido como han llegado.
Hasta la imaginación más calenturienta termina finalmente por agotarse. Buffett afirma que cree en la meritocracia y, por tanto, ha puesto a sus hijos en la tesitura de salir adelante con 1.000 millones de dólares (cerca de 800 millones de euros al cambio actual) cada uno. Puesto que dejar quieto el dinero en el banco no se compagina bien con el espíritu de los emprendedores, el resto de la fortuna debe destinarse a algo. En su desesperación, Buffett ha buscado la ayuda del matrimonio Gates.
El millonario se citó con Bill y Melinda Gates el lunes pasado en el Hotel Sheraton de Nueva York para informarles sobre lo que podrían hacer con la suma de sus fortunas. Parece que suplementar el Estado de Bienestar con dinero contante y sonante para escuelas y hospitales, así, sin más, no estaba a la altura de estos magnates de escala mundial. De la misma manera que Ted Turner, de la CNN, donó tiempo atrás 1.000 millones de dólares a Naciones Unidas, los Gates se inclinan por aliviar la pobreza y las enfermedades en el mundo y por mejorar el acceso a la tecnología. «Hay millones de personas en todo el planeta que tienen que hacer frente a problemas de salud», reveló Buffett, mientras que la señora Gates añadió que las medicinas contra la malaria «son difíciles de tomar si los enfermos no tienen comida suficiente para tragarlas».
Cuando se les preguntó por qué no entregaban al gobierno los 3.000 millones de dólares (alrededor de 2.344 millones de euros al cambio actual) -lo que se calcula que suma su donación al año- para repartirlos como ayuda estatal, Buffett consideró que la pregunta era absurda: «Bill y Melinda van a emplearlos mejor que… la Hacienda Pública». Según sus manifestaciones, los filántropos «deben emplear la cabeza para repartir su dinero, exactamente igual que deben emplear la cabeza para acumularlo». Un punto de vista similar mantienen Turner, George Soros y Sandy Weill, del Citigroup. Aquellos que están hartos de ganar dinero están encontrando nuevos retos en el ejercicio de la filantropía.
Estas donaciones privadas resultan todavía insignificantes comparadas con lo que hacen los gobiernos. La ayuda internacional de Gran Bretaña durante el año que viene será el doble que la de la nueva fundación Gates. No obstante, en el siglo XIX habrían sido muy pocos los que se habrían atrevido a pronosticar que el Estado terminaría reemplazando a la caridad privada. El paso del bienestar voluntario al bienestar obligatorio empezó por un cambio en el imaginario moral. No veo ninguna razón por la que ese cambio no haya de recorrer el camino inverso.
En Gran Bretaña se está todavía muy lejos de esa situación. Aparte de un puñado de nombres, como los de Sainsbury, Weston y Rausing, las donaciones privadas están a años luz de poder participar en la liga norteamericana, y ello a pesar del vuelco espectacular de la generosidad del fisco durante los años 80, en que el tipo máximo de gravamen sobre la renta cayó desde más del 80% al 40%, lo que produjo un formidable ensanchamiento de la distancia entre los ricos de verdad y los más o menos pobres. Pero lo verdaderamente relevante es que los laboristas Tony Blair y Gordon Brown hayan aceptado este vuelco y, más aún, lo hayan impulsado una vez en el poder.
Tanto bajo gobiernos conservadores como bajo los laboristas, ha existido una tendencia muy marcada a desacreditar «el espíritu de servicio público». En boca de los ministros, lo axiomático es que lo público equivale a malo y lo privado bueno. De ahí que todos y cada uno de los sectores del Gobierno estén acongojado y tengan la moral por lo suelos, lo que se pone de manifiesto en el revoltijo de «reformas en marcha» sobre sanidad, educación y ley y orden. Por lo que parece, no hay ni un solo Departamento de la Administración «preparado para cumplir su función», ni las escuelas, ni el NHS (National Health System, o Sistema Nacional de Salud), ni Interior, ni Agricultura, ni la Seguridad Social, ni siquiera Defensa.
Para Blair, invariablemente el Gobierno no funciona bien y necesita un cambio, que sólo puede llegar de la mano del sector privado. Como es de esperar, ha surgido una nueva raza de ricachones paraestatales que ofrecen asesoramiento financiero, legal y de gestión a cambio de unos honorarios que quitan el hipo. Ansioso por ejercer de niñera a la hora de la cena de la nación, el Gobierno ha acudido a la gran cadena de supermercados Sainsbury’s (propietaria del banco del mismo nombre) en busca de ayuda.
Como consecuencia de ello, el sector público británico ha perdido la supremacía moral de la que disfrutó bajo el socialismo a lo largo del siglo XX. La causa no radica en que los ciudadanos hayan renunciado al Estado del Bienestar o a las medidas sociales sino a que el Gobierno ha llegado a parecer el detentador introvertido de un monopolio, indigno de la confianza que en otros tiempos se depositó en él. El poder se ha alejado del contacto con los ciudadanos y los servicios públicos se han subcontratado al sector privado.
Las grandes fortunas privadas de Estados Unidos se han cimentado sobre lo que en Gran Bretaña han sido mayoritariamente sectores de titularidad estatal, como los servicios públicos, el carbón, el acero y, posteriormente, el automóvil y los ordenadores.
En Estados Unidos han sido las segundas y la terceras generaciones las que se han volcado en la filantropía. En Gran Bretaña todavía está por ver que el tirón filantrópico vaya a alcanzar las proporciones norteamericanas. A sus capitalistas les falta todavía sentirse vulnerables a la vergüenza. No obstante, no me cabe la menor duda de que la incapacidad del NHS para sostener hospitales y médicos en el nivel local va a llevar a un resurgimiento de la beneficencia sanitaria de carácter privado, tal y como ya está ocurriendo en Estados Unidos a través de las iglesias.
Esta misma tendencia se puede observar ya en el gobierno internacional. Cualquiera de esas ciudades del mundo asaltadas en estos tiempos por la miseria sufre la ocupación de unos expatriados de las Naciones Unidas, el FMI (Fondo Monetario Internacional), el Banco Mundial y la Unión Europea, rodeados de privilegios, que hacen subir los alquileres, llenan los restaurantes y atascan las calles con sus Land Cruiser. Estos agentes del nuevo imperio supranacional disponen de recursos ilimitados y de un poder del que prácticamente no tienen que dar cuenta a nadie. Reclutan para sus filas a lo más selecto del talento cosmopolita, como en otros tiempos hacía la Administración Civil del Estado. Sin embargo, han subvencionado a demasiados dictadores y han arruinado demasiadas economías como para hacer que nos sintamos tranquilos. Ahora que su reputación moral cae en el descrédito ante el naufragio de Africa y de Oriente Próximo, se disponen a ser reemplazados por organizaciones benéficas ad hoc pertenecientes al sector privado. Es posible que los cretinos de internet y de las altas finanzas sean riquísimos, pero parece que el siglo XXI les ha dotado de conciencia. Estos hijos de los 60 han tomado en muchos casos un atajo hacia los beneficios, pero siguen predicando libertad y amor y han optado por devolver algo a la sociedad en lugar de entregárselo a sus herederos. Sus intenciones son buenas. Sin embargo, comparten un enemigo, el Gobierno moderno en todas sus formas. En palabras de Buffett, sólo un tonto confiaría su dinero a la Hacienda Pública. Lo que en otros tiempos habría parecido una calumnia parece ahora un lugar común. Quizás, personas como éstas gobernarían mejor el planeta, quién sabe. Eso sí, está claro que están dispuestas a intentarlo.
3 comentarios
jclavijo -
algarabia -
De esa epidema de trasladar al sector privado competencias que tradicionalmente han estado a cargo del Estado, no se libra nadie. En el ayuntamiento de Barcelona, son famosas las privaticiones de los servicios de parques y jardines y de mantenimiento, entregadas a subcontratas más que dudosas, que ha llevado a cabo la teniente alcalde Inma Mayol. ¡Y es de IC-V! Por no hablar de lo que ha hecho la Generalitat con la sanidad.
La tercera vía británica tambien se va imponiendo por estos lares.
Un abrazo, y bienvenido. ;-)
jclavijo -
1)El nuevo "orden filantrópico-caritativo" representa una vuelta a la cosmogonía del XIX. Un acento de ese mantra liberal que asegura que "para repartir, antes hay que crecer" y que, por tanto, nadie (ni mucho menos el Estado) debe poner trabas al crecimiento. Fue el gran principio que inspiró al tatcherismo y al realismo de Reagan.
2)El laborismo alcanzó éxitro electora en RU cuando asumió políticas del liberalismo. Sin embargo, la Tercera Vía blairiana cojea en la garantía de servicios públicos como la salud y la educación. Es la teoría de la manta corta, de modo que si te tapas las cabeza...
3) El caso de Agentina. Su crecimiento (8% anual) esá basado, paradójicamente, en una esobediencia a los postulados del FMI y del BM. Si la fórmula argentina sigue siendo exitosa, demostrará que Latinoamérica ha abierto una nueva senda política más comprometida que el liberalismo de rostro humano.
Un saludo