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Precarios

Precarios PRECARIOS

Javier Castañeda

Si hay una palabra que flota ingrávida por el milenio es la precariedad. Mientras la seducción de la opulencia campa a sus anchas, millones de personas viven precariamente en muchas facetas, pero sobre todo en el trabajo. Tanto es así que, al hablar de precariedad, casi automáticamente añadimos laboral. Inseguro, apurado o escaso, son adjetivos que reflejan la situación laboral del siglo XXI. Florece de modo especial en esos campos abonados que combinan las palabras empleo y juventud. En teoría y por relevo generacional, los jóvenes son la fuerza de trabajo que debería renovar el mercado. Pero en la práctica, son sometidos a toda clase de contratos basura, inestables y mal pagados, hasta tal punto que parece imposible escapar de esta situación de inestabilidad perpetua que les impide desarrollarse dignamente como personas.
Varios son los factores que han llevado a esta situación, pero el principal -el más evidente- funciona desde hace mucho tiempo: se llama ley de oferta y demanda. La sociedad cada vez genera más licenciados, pero el mercado no tiene capacidad para absorberlos. Esta situación provoca un desfase que distingue, por un lado, a los pocos elegidos que tienen un trabajo más o menos digno y acorde a su categoría profesional, estudios o especialidad; por otro, muestra una caterva ingente de mano de obra barata, joven y cualificada, dispuesta a aceptar cualquier cosa que se parezca a un empleo.
La amenaza de pasar a engrosar las filas del desempleo y convertirse en parados de larga duración, que pende sobre sus cabezas -incluso antes de haber dado comienzo a su vida laboral- les hace agarrarse a un clavo ardiendo. Y cuando el dinero entra por la puerta, los escrúpulos saltan por la ventana. Muchas empresas -conscientes de este superávit de personal- aprovechan la coyuntura y retuercen la ley hasta exprimirla al máximo y sacar todo el jugo a esta situación tan kafkiana. La consecuencia es una flexibilización laboral que roza lo leonino en muchos de los casos: contratos temporales, de prácticas, a tiempo parcial forzoso, empleos sumergidos y paro encubierto, contratos mercantiles, jóvenes extra-cualificados con salarios ridículos, etc.
En gran parte, las negociaciones laborales recuerdan a los contratos de adhesión como los de suministro de luz, agua o transporte público, en los que la única opción que queda a la contraparte es una: firmar. El panorama es tal que, en muchos casos, las entrevistas de trabajo, parecen una gincana en la que todos compiten por llevarse el mejor puesto o, sencillamente, el único puesto. Al que gana se le cuelga la medalla de triunfador y al resto un cartel de fracasado social. Pero el que supuesto ganador, puede que haya obtenido un pasaporte hacia la infelicidad, ya que las relaciones laborales pasan por un momento, que suavemente podríamos tildar de “delicado”. Es un círculo vicioso dibujado tanto por la coyuntura económica global como por la comodidad: como no hay nada mejor, acepto lo que hay y viceversa.
Los que se llevan la palma en este absurdo ranking de despropósitos, son los becarios-precarios. Afortunadamente, empresas y universidades cada vez entienden más que el concepto de hacer prácticas ha de suponer un aprendizaje para los jóvenes sin experiencia, en temas de su especialidad, por un tiempo limitado y quizá una vía de incorporación al mercado laboral; en vez de mano de obra cualificada a bajo precio o para hacer tareas engorrosas, mecánicas o llevar cafés, que suele ser la práctica habitual, nunca mejor dicho. Lamentablemente, hay muchas empresas que los ven como esta última opción y que explotan a sus precarios sin despeinarse.
Ante tanta y tan fuerte competencia, resulta prácticamente imposible para la juventud acceder a un puesto de trabajo con un contrato y un sueldo medianamente decentes. Sin ellos, resulta imposible independizarse antes de los treinta, pensar en un futuro e intentar construir un relato vital. El porvenir laboral se presenta tan incierto, flexible y cambiante, que es más fácil tirar la toalla antes incluso de haber empezado. Muchos renuncian al esfuerzo de rodar como giróvagos mendigando un empleo en un mundo tan hostil. Hoy las estadísticas dicen que el paro ha bajado: es posible que los datos no mientan. Pero salgan a la calle y pregunten si la gente tiene un trabajo que les gusta; si se sienten reconocidos y bien remunerados; si se acerca a lo que soñaron ser o si tantas horas de estudio, cursos y esfuerzos por mejorar, les han ayudado a ser más felices.

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