
Todo el mundo tiene sus bestias negras: la que encabeza ahora mismo mi
hit parade, después de que José Mari haya optado por pasarse al
top manta (¡y que le dure mucho su nuevo estado!), es el ministro
Bono, icono del
spanish bizarro al que no podría superar siquiera un cruce entre los hermanos Calatrava y Jesús Gil. Mi aprisco particular se ha ido ampliando con el tiempo, pero algunas de las primeras reses aún ramonean por los prados y hasta se erigen en dueñas y señoras de la majada a la primera de cambio. Hay una especialmente rebelde,
Juanito, que pese a que lleva más de veinticinco años cabeceando contra el abrevadero, de vez en cuando la lía y no tengo más remedio que colocarle entre las fauces una bandera tricolor para recordarle que como ha venido se puede ir un día, cosas de la
res publica. Otra, de aspecto apacible y bonachón, atesora más veneno que un áspide, pero no hablaremos de ella hoy porque
ya ve y toca a Dios. Y aún goza de muy buena salud, pese a estar sobrealimentada, una especialmente agresiva con una propensión especial a erigirse en apisonadora y destruir todo a su paso: la perversa Ariel, que Alá la tenga siempre en el infierno. El redil se me queda pequeño: las bestias negras son longevas y resistentes, y se reproducen con facilidad. Tendré que ir pensando seriamente en la eutanasia antes de que se produzca una verdadera rebelión en la granja.
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