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Qana

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Diez años después, los asesinos vuelven a la escena del crimen. El 18 de abril de 1996 el ejército israelí bombardeó un centro de la ONU en la localidad de Qana, donde se habían refugiado unas 800 personas que huían de los bombardeos. En la matanza murieron 106 personas, casi la mitad eran niños. El laborista Shimon Peres, criminal de guerra y premio Nobel de la paz, entonces primer ministro y máximo responsable de la matanza, sigue formando parte del actual gobierno. Nunca se juzgó a los responsables.
El 30 de julio de 2006 el Tsahal vuelve a bombardear un edificio en Qana en el que se refugian civiles que huyen de los bombardeos: 57 muertos, de ellos 37 niños (16 discapacitados). Acostumbrado no sólo a no reconocer sus crímenes, sino a justificar y alardear de su repetición, el estado de Israel alega que había ordenado que evacuaran la zona, mientras los escasos supervivientes explican que eran demasiado pobres para poder huir, que no tenían a dónde ir y que tampoco evacuar es seguro cuando se sigue atacando a convoyes e incluso ambulancias. Israel ha llegado a afirmar que los civiles estaban retenidos a punta de pistola por Hizbolá como escudos humanos. No han aparecido armas ni milicianos muertos, y la inmensa mayoría de las víctimas eran mujeres, niños, ancianos y discapacitados.

Algunas mujeres abrazaron a sus hijos para protegerles de la muerte. Pero esta última protección irrisoria no bastó a los niños de Qana, este pueblo del sur de Líbano en el que un bombardeo israelí ya mató, hace 10 años, a un centenar de civiles. Ayer hubo 54 muertos, de los que al menos 27 eran críos.Vestidas con pantalones de pijama floreados, las madres yacían sin vida en el suelo con los ojos abiertos, una expresión de terror, y con sus brazos apretando a sus hijos hasta asfixiarlos. En el edificio, recién construido, en la ladera de la colina sólo queda en pie un tercer piso en un equilibrio precario.
El propietario, un empresario tabacalero, lo mandó construir con un sótano. Allí se refugiaron los vecinos y una quincena de minusválidos, mentales y físicos. En total, 63 personas. Sólo ocho adultos salvaron la vida.
"Me encontré a las mujeres, en posición fetal, pegadas contra la pared, convencidas de que el muro las protegería, pero sucedió lo contrario", explica entre sollozos Naim Rakka, jefe del equipo de Protección Civil que dirigía el rescate. "Su decisión resultó ser fatal", prosigue, "porque el muro se cayó sobre ellas". Los socorristas carecían de instrumentos y trabajaban con sus manos desnudas para extraer los cuerpos sin vida de los escombros polvorientos. Los niños, en pijama, eran tapados con mantas y trasladados a una casa adyacente.
Mientras los socorristas se afanaban en el pueblo, en el que una decena de edificios habían sido destruidos de noche, la aviación israelí seguía bombardeando los alrededores de Qana.
"¡Bush toma su whisky y cuenta los muertos!", gritaba histérico un aldeano que había perdido a varios familiares.
El Consejo de Seguridad de la ONU, más interesado hoy en aprobar una resolución que imponga un ultimatum a Irán por sus pretensiones de enriquecer uranio que en poner freno al terrorismo de un estado que ya posee 300 cabezas nucleares, lamenta la matanza de Qana pero no condena a Israel. Israel, envalentonado y prepotente, ni siquiera ha mantenido la tregua de 72 horas que había anunciado y sigue bombardeando el sur de Líbano. Mientras, los equipos de rescate han recuperado hoy los cádaveres de otros 28 civiles enterrados bajo los escombros de sus casas.
Si a la ONU aún le quedara un ápice de dignidad, debería enviar de inmediato una fuerza de interposición a las fronteras con Líbano y Gaza y desplegar a sus soldados en territorio israelí.

 

 

 

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