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Algarabía

Hipoxia cerebral

Hipoxia cerebral Cuando los padres redentores nos permiten abrir las ventanas, es para que salga el aire, no para que entre. Las células del cerebro son sumamente sensibles a la falta de oxígeno y comienzan a morir antes de que hayan transcurrido cinco minutos desde la interrupción del suministro de oxígeno. El resultado es una pérdida de la conciencia. Y así, mientras las funciones cardíacas se mantienen, los cazas de los padres redentores aprovechan para bombardear los inertes cerebros con imágenes de perímetros verdes por los que se desliza un balón, circuitos alonsianos por los que se desplazan máquinas que queman centenares de litros del codiciado petróleo y vomitan dióxido de carbono, campos de batalla atestados de caritativos soldados que no siembran el terror, sino margaritas en las riberas de los escuálidos ríos afganos, vallas que se elevan para protegernos de un harapiento invasor que trata de acogerse a la alianza de civilizaciones. No da tiempo de protegerse en un refugio antiáereo porque una de las secuelas de la hipoxia es la falta de respuesta motora. Los padres redentores, vestidos de rojo o azul, tanto da, ungen nuestras cabezas con su paternalismo anestesiante mientras en su convento-cuartel, flanqueado por dos leones, se ríen a carcajadas y disfrutan de su transmutación en bacterias aerobias.

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